OLIMPIADA DE RESURRECCIÓN
Tras la Eucaristía comenzaron las III Olimpiadas, en las que no faltó ni la antorcha olímpica, ni el pebetero, ni los premios. Aunque el mayor premio fue poder vivir, celebrar y testimoniar que la Resurrección de Cristo invita no solo a ser solidarios, sino a vivir y a compartir la verdadera caridad de Cristo que es la Misericordia del Padre.
Así, los campeonatos de fútbol, atletismo, ping-pong, ajedrez, lanzamiento de peso, velocidad, salto de altura, baloncesto, voley; los proyectos educativos, los talleres de plástica, la exposición de trabajos de tecnología y biología, el espacio para los experimentos científicos y disputatio y muchos juegos, se vieron envueltos en una música especial, que no era la del himno olímpico, sino el grito de entusiasmo y alegría que nacía de la Pascua: ¡Cristo ha resucitado! y los alumnos de
Chesterton, Edith Stein y Pasteur quisieron dar fe de ello…



















